En estos tiempos, en los
que la sastrería a medida se ha visto gravemente mermada –pero no por ello menos
enriquecida- por el precio y la evolución de la confección estandarizada, cabe
mencionar que siempre que haya un cliente habrá detrás un sastre que corte y
ennoblezca la ropa que llevamos.
Esto no significa
que la sastrería a medida y la confección industrial sean enemigas, sino todo
lo contrario: van ligadas de la mano. Sin embargo no hay que confundir los
términos ni transmitir un mensaje erróneo a la sociedad.
Una prenda que se
corta con toda exclusividad es una prenda única para un único cuerpo y la
personalización de una prenda estandarizada es un artículo que se amolda en
cierto grado a otro. Y junto a ello también surge la prenda que se encuentra a
nuestro alcance, bien sea por el precio o por encontrarla ya confeccionada, en la que se podrá trabajar con
ciertas limitaciones para adaptarla a nuestro cuerpo.
Enfoquemos
entonces la sastrería a medida como la clave para ofrecer mayor exactitud y refinamiento, el
encargo personalizado como el medio para lograr correcciones puntuales y la
confección masiva como la fórmula para encontrar con inmediatez la prenda que
generalmente se distancia más de nuestras medidas.
Todos esos
recursos son las soluciones que aportan los negocios para dar a las personas la
satisfacción de disfrutar de esa prenda que va a ser suya y que tendrá un valor
añadido cuanto más cerca se halle de su fisonomía y sus preferencias. Claro
está que eso no quiere decir que un corte a medida nos vaya a quedar siempre
mucho mejor que una prenda de confección, pues todo dependerá, por un lado, de
la contextura del individuo en combinación con el acierto del sastre y, por
otro, de la hechura de una confección que ignora o desestima el cliente bajo su
propio criterio. En todo caso existe la posibilidad de encontrar un buen
oficial que mejore el trabajo de un sastre poco avezado, o por lo contrario, hallar una persona
que casualmente encuentra una prenda que le cae como un guante.
Por todo ello es necesario,
para el que camina en el arcén de este oficio, que intente comprender la
filosofía de un mundo que irradia su propio lenguaje y que transfiere a lo
largo del tiempo la elegancia, la moda y el excentricismo de cualquier época, evidenciando u ocultando la labor imperecedera
de los que visten la humanidad.
Pero volvamos al asunto; al estilismo que se antepone al sastre, al tributo de la moda imposible, al desperdicio reciclable, al gato por liebre, a pedir diez para escoger solo uno, a enzarzar el bosque de precios, a desplegar el mecanismo de lo impagable, a desvalijar los recursos naturales… porque al fin y al cabo el asunto, todo este asunto, es lo que lleva a las empresas a reinventarse para ofertar lo que otra empresa olvida o desconoce.
Pero volvamos al asunto; al estilismo que se antepone al sastre, al tributo de la moda imposible, al desperdicio reciclable, al gato por liebre, a pedir diez para escoger solo uno, a enzarzar el bosque de precios, a desplegar el mecanismo de lo impagable, a desvalijar los recursos naturales… porque al fin y al cabo el asunto, todo este asunto, es lo que lleva a las empresas a reinventarse para ofertar lo que otra empresa olvida o desconoce.
No hay oficio sin
beneficio, ni beneficio sin oficio.
El terreno de la
sastrería y la confección es complicado. Hay mucha competencia a cada lado y a
veces resulta necesario ganar menos para asegurar el paso.
La pasión de un
sastre puede trazar un camino firme, seguro, sin competencia... pero para ello hay
que tener decisión y confianza, el soporte de todo aquello o aquellos que
ayuden a superar los caminos más pedregosos. Por todo ello, cortar con medidas, al final supone no dar tijeretazos en el aire.
“Solo imagina lo precioso que puede ser
arriesgarse
y que todo salga
bien”
Mario Benedetti
JM
Tapiador